Los Ugri
En El Tablero existe, por merced y magnificencia de El Gran
O, los Ugri. Son seres antropomorfos de más de dos metros y medio de altura.
Grandes y fuertes, sanguinarios y crueles. Los Ugri son de color casi humano,
pero con una tonalidad verdosa. Unos pocos
pelos secos, largos y lacios penden de sus cabezas.
pelos secos, largos y lacios penden de sus cabezas.
Los Ugri gustan de dormir largas horas, preferiblemente
durante el día, pues su visión mejora en la nocturnidad. Sus voces son
guturales y profundas y su alimentación se compone mayoritariamente de humanos,
pero si no acceden a tal manjar se conforman con otros seres o incluso animales.
Se organizan en pueblos de unos doscientos o trecientos
Ugri. Viven principalmente en enclaves cercanos a bosques y montañas, aunque
son ante todo nómadas y en cuestión de veinte o treinta años cambian de
ubicación sus poblados. Sus hembras viven en las casas y cuidan de los hijos.
Los varones salen con asiduidad a acosar
seres perdidos y saquear aldeas. El jefe de cada poblado es el Ugri más fuerte
de dicho pueblo. Pero por encima de todos, existe un líder.
El líder de los Ugri es Ojáncanu. El único con un solo ojo,
debido a que se lo entregó a Muerte para ser más grande y fuerte que el resto
de los Ugri. Ojáncanu era un Ugri pequeño y enjuto, pero inteligente y
maquinador. Durante muchos años (pues los Ugri no mueren de muerte natural)
influyó en los Ugris de su poblado para atacar a los Humanos de la zona
Austral, concretamente a los Hijos de Ra’Mag. Dándose cuenta de la influencia
de Ojáncaru, y aprovechándose de su menor tamaño, los Hijos de Ra’Mag lo
secuestraron. Tras un día de marcha, sus secuestradores tenían orden de darle
muerte. Malherido, ya en el suelo y pidiendo el fin, el Dios Muerte apareció
ante Ojáncanu. Lleno de odio e ira hacia los hombres, Ojáncaru pidió a Muerte
fuerza para derrotarlos. Muerte dotó a Ojáncanu de tres metros de altura, mayor
velocidad y fuerza. Pero le pidió algo a cambio. Debía entregarle un ojo, un
ojo de Ugri, uno de los miembros que, voluntariamente, debían entregarle para
conseguir el don de predecir el futuro. Aceptado
el pacto y viendo así cumplida su petición, Ojáncanu se levantó. Entonces el
enfrentamiento cambió.
Doce minutos después Ojáncaru estaba sentado, rodeado de
pedazos de cuerpos humanos. De su boca emanaba abundante sangre. Un ojo lleno
de ira homicida, el otro, una cuenca vacía. Así se lo encontró su pueblo. Allí
mismo se arrodillaron ante él, pues la imagen estremeció incluso a los Ugri ya
que Muerte aún tenía su mano apoyada en el hombro de Ojáncanu. Ojáncaru sigue
odiando a los Humanos. Los Ugri tienen hambre, y ya saben lo que quieren en el
menú.
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