martes, 5 de noviembre de 2013

EL TABLERO. TIEMPOS DIFÍCILES (PARTE II)

el tablero. TIEMPOS DIFÍCILES (PARTE II)

Gramgir: “Arqueros… ¡Disparad!” Las órdenes del General resonaban entre los gritos de los Inetu. Las filas humanas, en silencio.
De la primera hondonada de flechas apenas la mitad dieron en el blanco. De los Ugri impactados, sólo dos cayeron. El resto continuó su inexorable carrera hacia el enemigo. Enemigo y cena. No sólo era supervivencia, era necesidad.

 Gramgir: “Infantería, desenvainad”
Al unísono, los Acorazados sacaron las espadas de sus fundas. La infantería ligera no lo tuvo tan fácil. Algunos de ellos no tuvieron la precaución de mantener sus fundas descongeladas. Sus gestos de horror al comprobar que no podían sacar sus espadas se quedó grabado en la mente de Trinto. Ojos desorbitados, perdidos.
Gramgir: “Arqueros, disparad”
Segunda hondonada. Cayeron unos veinte. Veinte menos que matar. Trinto volvió a girarse para ver la cara del hombre situado a su derecha. Intentaba por todos los medios sacar su  espada de la funda. Desesperado, se volvió a Trinto e intentó quitarle la suya. En ese momento todo le pareció al joven ir a cámara lenta. Primero vio como un hacha perforaba el cráneo del improvisado ladrón de espadas. Sus ojos, ya sin vida, aún estaban llenos de miedo. Después sintió el calor de la sangre contra su cara. Casi la agradecía tras horas de sufrir ese helador viento. Giró lentamente su cabeza hasta observar al Ugri que tenía ante él. Dos metros setenta. Poco pelo. Gran cabeza con gesto de ira homicida. Piel marrón. Apretaba tanto los dientes, amarillos y negros, mientras intentaba sacar el hacha de la cabeza de su víctima que de sus encías manaba abundante sangre. Entonces Trinto dejó de sentir miedo. Simplemente no sentía nada.
La cámara lenta cesó de golpe. Cuando quiso darse cuenta, su espada estaba incrustándose en el cuello de su enemigo. Pudo sentir como penetraba su carne. Y le gustó. Retiró la espada del cuello dejando salir un gran chorro de sangre de la arteria carótida de aquel ser. Sólo pudo llevarse la mano al cuello y, con gesto de incomprensión, caer de rodillas mientras miraba a su verdugo y morir.
La primera holeada de bestias había hecho mella en la infantería, que se encontraba visiblemente mermada. Pero algo más de la mitad resistían. Habían resistido la primera acometida. Bajas, unos cien soldados. Ugris, unos cincuenta. Entonces Gramgir volvió a gritar: “Avanzad”. Los Acorazados de Otmag empujaban desde las filas posteriores. No querían que los hombres se diesen cuenta de lo que estaba sucediendo. Tomar un segundo para pensar podía suponer su muerte certera. Mas no hacerlo no significaba sobrevivir. Cuando habían caminado apenas diez metros, el resto del pueblo Inetu apareció. Los espías habían acertado, quedaban unos cien.
El choque fue brutal entre ambos contingentes. Muchos soldados cayeron. Trinto se hallaba en combate con un Inetu. La maza de aquella bestia había destrozado su escudo de dos golpes. Trinto, rodilla en suelo, vió su oportunidad. Minetras el Ugri alzaba de nuevo su maza para rematar al indefenso humano, el joven se adelantó. Se impulsó con el pie de apoyo e incrustó su espada bajo las costillas de su enemigo en dirección ascendente. Perforó el corazón. Murió de inmediato. La bestia comenzó a caer hacia delante, en dirección al chico. Trito intentó sacar la espada pero no pudo. Casi con el Inetu sobre el Trito sintió como alguien le apartaba. No hubiese muerto aplastado pero la humillación no hubiese resultado cosa baladí. Al girarse puedo ver a un Otmag mirarla sorprendido al otro lado de su Yelmo de cuero negro. “Bien muchacho. Que no quede uno en pie”
 Entre el fragor del combate, Gramgir pudo ver a Janencu, creando gran masacre entre sus hombres. Cuando llegó a su altura matando a cuanto ser se encontró a su paso, el líder tribal ya se encontraba rodeado de varios Acorazados e hincaba rodilla en tierra. “Lo quiero vivo” dijo con voz solemne, “lo llevaremos a Eimeria”. Miró a Duarte, este asintió. “Como ordene mi general” respondió uno de los Otmag. Gramgir miró a Duarte. El delegado Carpetano estaba empapado en sangre, pero poca era suya. Su miraba denotaba que no había ningún tipo de piedad en ese corazón. Sus heridas, aun no siendo graves, debían ser tratadas, pero eso no le importaba. Ese hombre vivía para cumplir órdenes. En ese instante Gramgir supo, que si la orden era darle muerte a él, Duarte no dudaría ni un segundo en hacerlo.

Los poco Ugri que huyeron fueron cazados más tarde.  Unas ciento ochenta bajas era el abrumador balance para los Aisur. Trinto no figuraba entre ellas. Para el General, las cuentas eran distintas, veinte Acorazados muertos. Para Duarte, la resolución del combate era clara, victoria.

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