viernes, 10 de enero de 2014

EL TABLERO. UN ASESINO ENTRE SOMBRAS

EL TABLERO. UN ASESINO ENTRE SOMBRAS
Soplaba una leve brisa de madrugada. Silbaba el viento entre las casas de madera y ladrillo viejo de Luduria, al sur de Eimeria, en Carpetania, antiguo Reino de los Hombres. Nada sobresalía a la quietud de la noche. Los celadores custodiaban las calles. Reprendían con mano de hierro a aquellos que en ellas se encontraban una vez caía la noche sobre la ciudad. Todo parecía estar en calma. Una noche más. Pero no lo estaba.

Unas botas altas pisaban el suelo empedrado. Una sombra entre las sombras. Un suspiro entre la brisa. Gonzalo Serrato se llamaba. Asesino era su oficio. 
Durante horas esperó en el cruce entre las calles Doria y Calestea, escondido en un callejón. De cuando en cuando, celadores. Iban en parejas mas no imaginaban lo que en esa esquina acechaba. Nadie lo detectó. 
El mensaje fue claro: "3 de la madrugada, cruce de Doria y Calestea, dos hombres con capa verde, no dejar testigos". Lo había recibido en forma de carta muy de mañana, en la Taberna del Botijo Ebrio, a una legua de la ciudad. 
Cuando el reloj de la Iglesia consagrada a El Gran O sonó dando las 3, dos siluetas se recortaron al final de la calle. Bendita precisión. Serrato acercó su mano derecha al mango de su espada, aún en su cinturón. En la izquierda, un cuchillo afilado. Los pasos se acercaban. Cuando pudo notar la respiración de los hombres salió de su escondite, tras una columna. Con un rápido movimiento clavó el cuchillo en uno de los hombres. Tuvo tiempo de ver la sorpresa y el miedo en su rostro antes de hundir el acero en su carne. Mientras, el otro hombre intentaba desenvainar su espada. Serrato fue más rápido. 40 centímetros de muerte atravesaron la carne del desdichado. Dos muertos. Poco trabajo. Poco tiempo. Mucho dinero. 
Todo en aquel encargo había resultado extraño. Esperaba no tener que arrepentirse de aquello. Gonzalo se alejaba del cruce entre sombras. Pronto encontrarían los cuerpos. Antes, el Dios Muerte ya daría buena cuenta de sus almas. Duro castigo para un paseo de madrugada, ¿o había algo más tras aquellas muertes?

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